Margarita Ruiz de Lihory fue un personaje muy popular de la época pero sobre el que se desconocía su doble vida. Miembro de la alta sociedad española, compartía mesa a nivel internacional con jefes de estado, nobles y altos dignatarios.
Todo comenzó el 30 de enero de 1954 cuando Luis Schelly, hermano de la fallecida, enterrada días antes, presentó una denuncia contra su madre ante los Juzgados.
Ante la denuncia del joven, el juez instructor ordenó la entrada y registro en casa de la Marquesa, situada en el número 72, tercero derecha, de la calle Princesa de Madrid. Allí había vivido Margot con su madre y el compañero sentimental de esta, el abogado José María Basols-Iglesias, hasta que, muy enferma, fue trasladada a Albacete, donde la familia tenía una segunda residencia y donde, finalmente, murió. En el registro se descubrieron unos ojos humanos, una lengua y una mano de mujer hábilmente amputadas. Ante este hallazgo se ordenó la exhumación inmediata del cuerpo de Margot Schelly Ruiz de Lihory, de 37 años, que había muerto diez días antes tras sucumbir a la leucemia, descubriéndose que todos los miembros pertenecían a la hija de la Marquesa. En el Madrid de 1954 la noticia prende como la pólvora.
Durante las dos noches que duró el velatorio –la del 19 y la del 20 de enero– la marquesa impidió a sus allegados ver el cadáver de su hija recién fallecida. Solo ella y su pareja compartieron su habitación. La misma noche encargó al personal de servicio que comprara alcohol y algodón en grandes cantidades. Fue entonces cuando en su empleada surgieron las sospechas que más tarde materializaría Luis Shelly, el hijo mayor de la marquesa, ante el Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid.
Una vez descubierta, dijo que su hija era una santa y que se había quedado coan unas reliquias para llorar su ausencia sobre ellas.
Madre e hijo no se llevaban bien. El fuerte carácter de la aristócrata la alejó de sus descendientes, pero no de su única hija. Llamó a un fotógrafo para que la inmortalizara junto al cadáver, en el lecho de muerte. Eran de las familias más conocidas en Madrid y por ello, al entierro de Margot le siguió una gran comitiva popular
Se dio el insólito fenómeno en la prensa nacional de que se produjera la reventa. Así, un avispado quiosquero del madrileño barrio de Tetuán hizo varios desplazamientos con su furgoneta al distrito de Fuencarral adquiriendo cuantos ejemplares encontró, cientos y cientos, que después vendía por un duro cuando el precio real era de dos pesetas.