viernes, 29 de diciembre de 2017

TENIENTE CASTILLO

 Nace en Alcalá la Real, 29 de junio de 1901 – fallece en Madrid, 12 de julio de 1936. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1919  en la que se gradúa en 1922  como alférez. Participa en la Guerra del Rif, donde por méritos de guerra consigue el grado de teniente. Después del desembarco de Alhucemas en 1925 se produce el final de la guerra y es destinado a la península, al Regimiento de Infantería de Alcalá de Henares.

Con la proclamación de la II Republica Castillos comienza un acercamiento a las ideas socialistas y durante la Revolución de 1934 se niega a reprimir a los obreros sublevados alegando: Yo no tiro sobre el pueblo. Es condenado a un año de prisión por un consejo de guerra.

Cumplida la condena  se reincorpora y se afilia a la Unión Militar Republicana Antifascista UMRA donde se le encarga la instrucción de las milicias de las Juventudes Socialistas. Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 solicita su incorporación al Cuerpo de Seguridad y Asalto conocido popularmente como Guardia de Asalto, cuerpo policial creado en febrero de 1932 durante la II Republica y afín al régimen.  Ingresa en el cuerpo el 12 de marzo del mismo año.

Durante los acontecimientos que se producen en el entierro del alférez De los Reyes, fallecido en los enfrentamientos del 14 de Abril de 1936 durante el desfile conmemorativo del  5º aniversario de la proclamación de la II Republica. Se producen diversos altercados en uno de ellos fallece Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, existen dos versiones una que asegura que debido a los  disparos de uno de los hombres de la sección de teniente Castillo y otra que es  consecuencia de los tiroteos desde los tejados  por militantes de extrema izquierda que sufre la manifestación durante su recorrido. También durante la manifestación resulta herido de gravedad José Llaguno Acha estudiante de medicina y  militante carlista,  por disparos del propio teniente Castillo.

A partir de ese  momento el Teniente Castillo se convierte en uno de los principales objetivos de Falange y de los carlistas.

El 12 de julio  durante una corrida de toros, es advertido por una compañera y militante socialista, Leonor Méndez,  le avisa que corren rumores que esa noche se va a atentar contra su vida, pero el teniente Castillo, no hace caso  y asegura que no conseguirán que se esconda. Esa noche cuando se dirige hacia el cuartel de Pontejos, donde presta servicio, al  doblar la esquina de la calle Augusto Figueroa con Fuencarral, cuatro pistoleros de extrema derecha carlistas según el historiador Ian Gibson, o falangistas según Paul Preston, le disparan dándole muerte.

Su cadáver es trasladado a la Dirección General de Seguridad. En el cuartel se empiezan a concentrar militares, sindicalistas, guardias de asalto, diputados, amigos, familiares y simpatizantes del teniente Castillo.  Se empieza hablar de venganza.

Calle de Fuencarral esquina a Augusto Figueroa, fot.propia

domingo, 24 de diciembre de 2017

CALLE DE LATONEROS


Aquí se estableció el gremio de veloneros y latoneros, quedando, hasta principios del siglo XX, algún comercio de esta clase en las vetustas casas de esta calle. Este gremio tenía por patrón al mártir San Lorenzo, cuya imagen veneraban en la anigua parroquia de San Miguel de los Octoes, y luego en la iglesia de San Justo, que ahora se llama Pontificia de San Miguel.

De la calle de Toledo

A la Puerta Cerrada

image

Aquí se estableció el gremio de veloneros y latoneros, quedando, hasta principios del siglo XX, algún comercio de esta clase en las vetustas casas de esta calle. Este gremio tenía por patrón al mártir San Lorenzo, cuya imagen veneraban en la anigua parroquia de San Miguel de los Octoes, y luego en la iglesia de San Justo, que ahora se llama Pontificia de San Miguel.

image

En el plano de Texeira aparece esta calle sin denominación, y el de Espinosa con el que aún ostenta. Por aquella razónse ha supuesto que esta era la calle de los Herreros de Puerta Cerrada, a la que se alude en el proceso contra Froilán Díaz por los hechizos a Carlos II.

Existe la tradición de que en un taller de esta calle trabajaba aquel latonero de quien el conde-duque de Olivares habló a Felipe IV, ponderando su facilidad para hablar en verso. El rey-poeta le recibió, saludándole con un octosílabo, queriendo probar la destreza del menestral para la improvisación:

– “Dícenme que vertéis perlas”

Y el latonero, recobrándose prontamente de la impresión de verse en el presencia del rey contestó:

” Si, señor: más son de cobre,
y como las vierte un pobre, nadie se baja a cogerlas”

En lo cual haría muy bien la gente, porque si eran de cobre, ya no eran perlas, sino una especie de perdigones, que no merecían la pena de que nadie se inclinara hasta el suelo para hacer su recolección.

Del libro Las calles de Madrid de Pedro de Répide


martes, 19 de diciembre de 2017

EL PRIMER GRAN ALMACEN DE MADRID

Una vez acabada la guerra se iniciaron las gestiones para la construcción del edificio que albergaría el primer gran almacén de la firma en las fincas que para ello se habían comprado entre las calles Rompelanzas, Carmen y Preciados. Desde luego no era el momento más oportuno: la ciudad había quedado en un estado lamentable, el gobierno la sometía a restricciones de energía eléctrica y la población atravesó unos años de penuria al escasear los alimentos de primera necesidad y haber quedado el abastecimiento de la ciudad en manos de estraperlistas que operaban en el mercado negro, provocando una enorme carestía.

Pero su propietario, que apoyó al bando de Franco, pensó que un gobierno autoritario, como el salido de la guerra, aseguraría el orden y garantizaría la marcha de los negocios.

Debieron vencerse muchos obstáculos. En primer lugar fue necesario ultimar el desalojo de los inquilinos, comerciantes y particulares que todavía permanecían en la finca, entre ellos Ramón Areces y su sastrería El Corte Inglés. En estos momentos Fernández no se percató de que con este traslado comenzaba uno de sus grandes problemas, pues Areces no se limitó a llevar su sastrería a otro local, sino que también tenía la idea de instalar un gran almacén y decidió hacerlo justo en la acera de enfrente, también en la calle Preciados, con lo que desde su nacimiento ambos establecimientos se vieron obligados a competir. En segundo lugar el Ayuntamiento condicionó la concesión de la licencia a la expropiación de un trozo del solar para proceder a una nueva alineación de las calles Carmen y Preciados, que supuso una reducción de la superficie y condicionó la estructura del nuevo edificio, que finalmente resultó muy estrecho y de menores dimensiones de las proyectadas inicialmente. (Actual Edificio de La Fnac)

Pero a pesar de los obstáculos, tras dos años de obra, bajo la dirección del arquitecto Luis Gutiérrez Soto, Galerías Preciados abrió sus puertas el 5 de abril de 1943. La inauguración fue anunciada en la prensa en un artículo que se encabezaba con la frase “Hoy se inauguran unas grandes galerías comerciales. En la calle de Preciados y con este nombre. Se trata de un establecimiento suntuoso, con edificio propio, que honra Madrid”.

Se destinaron a venta tres mil metros cuadrados, distribuidos en cinco plantas, en las que destacaba la buena iluminación, tanto natural, gracias a sus ventanales, como artificial. Las secciones se organizaron como las de cualquier gran almacén.
Para atender el nuevo centro se contrataron trescientos cincuenta empleados y se ofreció a dependientes expertos de otras tiendas condiciones ventajosas para que se incorporaran a Galerías, pues se deseaba que el almacén destacara por una esmerada atención al cliente.

El número de empleados, las dimensiones del edificio, la variedad de artículos ofertados en secciones especializas, hicieron de Galerías Preciados, el primer comercio del país que reunía las características de un gran almacén al estilo europeo.
Para decorar sus escaparates se contrató a especialistas extranjeros, pues se pretendía que todo el público que pasara por la calle de Preciados se detuviera ante la elegancia y originalidad de la nueva forma de mostrar las mercancías. Hoy en día cualquier experto en esta materia sabe que la imagen del comercio se define en el escaparate, como despertador de un claro objeto de deseo, pero en la década de los cuarenta la mayoría de los comerciantes todavía no eran conscientes de ello. El contraste con los escaparates de las tiendas madrileñas, pobres y poco imaginativos, hizo que su contemplación se convirtiera en una diversión para los madrileños.

A pesar del nuevo concepto de tienda y de la variedad de productos ofertados, los tres o cuatro primeros años de vida no fueron sencillos. Las dificultades provenían de varias cuestiones: la situación posbélica del país, la dificultad para comprar mercancía debido a la política autárquica, la escasa presencia de una clase media en Madrid que ejerciera una demanda suficiente para compensar la inversión realizada y en último lugar, aunque no menos importante, el hecho de que desde su nacimiento Galerías Preciados tuvo que competir con El Corte Inglés, la tienda abierta por Ramón Areces también en la calle Preciados.

Pero a mediados de la década consiguió consolidar su posición entre las tiendas de Madrid. En 1944 se inauguró un departamento postal, que enviaba catálogos, muestras y pedidos al resto de las provincias. Era un departamento dedicado exclusivamente a los clientes de provincias. Desde su fundación se mostró muy rentable, en una España en la que, a excepción de Madrid, en el resto de las provincias el comercio seguía siendo tradicional. Desde él se potenció la venta por correo, previó envío a provincias de catálogos, que se editaban periódicamente, con las novedades más destacadas de la tienda para dar a conocer sus existencias.

A partir de 1947 comenzó la apertura de sucursales en otras ciudades. Se adoptaron dos modelos: en unas ciudades se abrieron directamente tiendas siguiendo el modelo de las de Madrid, aunque de dimensiones más pequeñas y en otras se instalaron agencias que funcionaban como delegaciones del departamento postal, de las que se encargaban uno o dos trabajadores y que vendían a través del catálogo de Galerías, daban publicidad al almacén y buscaban clientes. El proceso seguido para abrir en provincias fue generalmente instalar en un primer momento una agencia, que a la vez que familiarizaba a la población con la empresa, servía para pulsar la demanda y estudiar la conveniencia y viabilidad de abrir una tienda. Los gastos que implicaban las agencias eran mínimos, pues era suficiente con uno o dos colaboradores a lo sumo y se instalaban en pisos alquilados, desde los que desarrollaban su labor.

Con estas aperturas comenzaba una de las estrategias menos afortunadas de la cadena: la existencia de tiendas de muy distinta naturaleza (pequeñas, medianas, grandes, elegantes, populares) que imposibilitó la creación de una imagen propia.

Las ansias de expansión hicieron que Galerías cometiera otro de los errores que años después le costaría caro: crecer antes de tiempo. La expansión de El Corte Inglés fue menos arriesgada y coincidió con el desarrollo social y económico.

A finales de la década se había convertido en la empresa comercial más importante del país, pero ya empezaban a vislumbrarse algunos de los defectos que se agravaron con el paso de los años. Los dos más graves eran el laboral y el financiero El primero porque se habían realizado excesivas contrataciones, sin tener en cuenta ni las necesidades reales ni la profesionalidad, pues en estos primeros años fue común emplear amigos y recomendados, de los que después fue imposible deshacerse. El segundo porque la rapidez con que se habían abierto sucursales había provocado una importante deuda, al realizarse en su mayor parte con dinero prestado.

El texto de la entrada, proviene en parte de la tesis “Grandes Almacenes populares en España” realizada por Pilar Toboso Sánchez de la Universidad Autónoma de Madrid.



lunes, 18 de diciembre de 2017

LOS PRIMEROS MADRILEÑOS: EL RIO, LAS CUEVAS, LA DEFENSA

Al principio fue el río, Madrid, como tantas otras ciudades del mundo, tuvo sus primeros asentamientos a orillas de un río, que nunca se distinguió por su anchura ni por su caudal, pero que sin embargo resultaría suficiente para aquellos primeros pobladores, que aquí encontraron reposo definitivo a su larga andadura.Al principio fue el río, Madrid, como tantas otras ciudades del mundo, tuvo sus primeros asentamientos a orillas de un río, que nunca se distinguió por su anchura ni por su caudal, pero que sin embargo resultaría suficiente para aquellos primeros pobladores, que aquí encontraron reposo definitivo a su larga andadura.

Los madrileños de hace miles de años no diferían mucho de los habitantes de la parte central de la Península. Como los demás, habían estado viajando sin un rumbo determinado, moviéndose según lo aconsejaban el hambre y la sed, el frío o el miedo. Miedo a otras tribus o grupos de hombres con más fuerza o más acometividad, a las alimañas, a las fieras, a la inclemencia atmosférica. En sus desplamientos habían preferido afincarse siempre temporalmente en las riberas de los ríos, arroyos o lagos, amparándose, si era posible, en zonas de bosque que tenían la ventaja de procurar defensa contra el enemigo, poner la leña al alcance de la mano y suministrar la caza que el alimento requería.

Comían carne cruda cuando la había y brotes y raices vegetales. El hombre se había asentado para siempre sobre Magrit, Majrit, Mayoritum, Mandrid, Megdris, Mayorit, Mincium, Magerit, Mageritum, Madritum, Mahadarit, Madrit, Madrid que no fue otras cosa, hace miles de años, que un grupo de cuevas en las proximidades de un río. Como la planicie baja tiene el inconveniente de que los pueblos enemigos llevan todas las posibilidades de vencer si llegan a tierras más altas, la mirada del primitivo carpetano habitante de aquel Madrid buscó en torno suyo un lugar mejor para refugiarse y halló una parte elevada tras  la compacta ladera verde. En dos carreras podía alcanzarla.

Poco a poco, en lo alto va creciendo una fortificación rústica, sin techo edificado, con fosos cavados en la tierra, rodeada de trampas que tienen en el fondo agudas estacas verticales, puntiagudas para ensartar a los enemigos; trampas cubiertas de troncos delgados y disimuladas con musgo, ramas y tierra.

 Sin saberlo, el madrileño (que aún no se llamaba así) casi ha fijado los cimientos del castillo de Madrid. No imagina que su instinto ha localizado uno de los bastiones más acertados de la comarca; no sospecha que precisamente allí, sobre las ruinas de su trabajo, se erigirán la fortaleza mora, el alcázar cristiano, luego el palacio real.

En la próxima entrega, como vivían, sus herramientas, el comercio, etc.

Si te ha gustado puedes compartirlo

Para saber más:

Historia de la Villa de Madrid de José Antonio Vizcaino
Historia de Madrid de Federico Bravo Morata
El Viejo Madrid de Ramón Mesonero Romanos.







domingo, 17 de diciembre de 2017

DE CUANDO MADRID DEJO DE SER CASTELLANA

Nuestros protagonistas son:


Juan I de Castilla 1358 – 1390

image

León de Lusignac, León V de Armenia 1342 – 1393

image

image

En 1379 sube al trono Juan I. Tiene veinte años. Cada nuevo soberano hace concebir a las ciudades y a las villas nuevas esperanzas, que pronto se ven desvanecidas. Los monarcas castellanos, ocupados con tantas guerras en derredor, pocas o ningunas ocasiones tiene de ocuparse de los problemas municipales. Tarea de los hombres de pro es la guerra, y el trabajo de gobernar y organizar los núcleos de población se deja en manos de otros hombres de menor alcurnia. Pero como estos hombres de menor alcurnia no pueden mover un dedo sin contar con la anuencia de los reyes, y los reyes siempre están en la algara, las urbes avanzan lentamente, cuando no se estancan, cuando no retroceden.

Durante este reinado de Juan I, Madrid conoce un breve período que no hay más remedio que tomarlo un poco a broma.

En 1383 un estrafalario extranjero es designado Señor de Madrid. Es eslavo, ha vivido por diversos lugares de Castilla haciéndose llamar León V de Armenia, hecho cautivo por los mamelucos y obligado en prisión a su conversión al Islam, pide ayuda a los reyes de la cristiandad siendo Juan I de Castilla quién colaboró en puesta en libertad.

Juan I de Castilla tiene a bien considerar a León V de Armenia nada menos que Señor de Madrid, de la Ciudad Real y de Andújar, con 150.000 maravedises de renta. De los siete años que Madrid está gobernado por este personaje, sólo se registra la reparación del Alcázar, que desde luego era necesaria. Dos años después de hacerse cargo de su señorio, León desaparece y se va a vivir a Paris. Cinco años más tarde, en vista de que de él no sabe nadie nada en la Villa, se acuerda, con la autorización de Juan I, la vuelta de Madrid como villa de realengo.

image

Tumba de León de Lusignac en Saint Denise  ( París )

Fuente : Historia de Madrid de Federico Bravo Morata


LOS PRIMEROS MADRILEÑOS, EL ENTORNO, LA ALIMENTACION

Se dice que el primer nombre de Madrid es Ursaria, algunos autores ven ahí  una procedencia del latín y quiere decir tierra de osos, animal muy abundante en aquellos día. Sobrepasada ya la Edad de Piedra, cuando los habitantes del poblado han logrado adquirir un conocimiento bastante exacto de cuantas especies animales, vegetales y minerales conviven a su alrededor, es el tiempo en que se domestica el caballo, se utiliza el asno para labores del campo y el perro comienza a familiarizarse con el hombre.

Osos, pues, y también madroños. De modo que los dos emblemas heráldicos del escudo de Madrid ya habían hecho acto de presencia en la Prehistoria. Y además del madroño, el avellano, el sauce, el chopo y otras especies arbóreas tan frondosas como el olmo, el álamo, el roble y la encina. La espesura del bosque lindante con el poblado estaba donde hoy se alza el Campo del Moro.

La carne  fue el alimento principal de los habitantes de Madrid en su época primitiva.. Naturalmente esta carne solía estar bastante pasada : “El olor, que en las civilizaciones posteriores fue rechazado, era precisamente el mayor incentivo para el apetetito de aquellos hombres” (Federico Bravo Morata).

Cierto día, por azar, como casi todos los grandes descubrimientos, el madrileño primitivo, descubrió la liebre para su condimento. Hacía años que estos animales destrozaban las escasas cosechas y devoraban las raíces de las plantas. Tanto fue que hubo necesidad de recurrir a las comadrejas para ahuyentarlas. De pronto sucedió lo contrario todo lo contrario y las comadrejas aumentaron sensiblemente de valor. 

El propietario de uno de esos bichos poseía un bien inamovible, ya que podía venderlo, alquilarlo o utilizarlo para su propio provecho. Por lo que cuando la liebre se convirtió en un alimento de exquisito gusto, todo el mercado de comadrejas sufriría una brusca transformación: ya no era necesario librarse del animal dañino, sino que convenía cazarlo vivo, y ello sólo era posible gracias a la colaboración de la comadreja.

Para saber más:
Historia de Madrid de Federico Bravo Morata
Historia de la Villa de Madrid de José Antonio Vizcaíno
Historia de Madrid de Amador de los Ríos

Si te ha gustado puedes compartirlo.



domingo, 10 de diciembre de 2017

SAN ANTONIO EL GUINDERO

La devoción por San Antonio de Padua era muy extendida en la ciudad de Madrid durante el primer tercio del siglo XVII. A sus seguidores se les denominaba con el mote: “guinderos”. La razón de este apelativo era que sus devotos portaban un escapulario en el cuello con la representación de una guinda y llegado el 13 de junio ofrecían las denominadas cerezas del santo. La congregación de los guinderos nace de una leyenda madrileña:

Ascendiendo lentamente por la Cuesta de la Vega, venía un hortelano que, a lomos de su borrico,cargado de guindas, pretendía llegar a la Villa para vender el género que portaba en dos enormes serones. El labrador oyó el trote de un caballo que se le acercaba por detrás y sin darle tiempo a reaccionar le pasó rozándole. El burro se asustó, coceó y el labrador se vio en el suelo. Se fue hacia el borrico inténtando sujetarle, pero el resultado fue que el animal se asustó más, coceó más y la carga vino al suelo esparciendo sobre el camino toda las guindas que se iban pisoteando. El hobre apartó los ojos del burro y se fijó en la alfobra roja que se extendía por el camino y, desesperado, cayó al suelo llorando, al levantar la vista, encontró a un fraile joven que se acercaba mirándole. Cuado llegó hasta él, le preguntó si necesitaba ayuda, proponiédole que recogieran las guindas aprovechables, pues nada perderían con ello. Se pusieron los dos a trabajar cada uno con un serón, mientras el burro se iba tranquilizando.

Cuando termiaron, el labrador no podía creerlo, los serones llenos sobre el animal y las guindas como si no hubiese ocurrido el incidente. Agradecido se volvió al fraile y le ofreció unos puñados de fruta. Éste le pididió que se las llevara más tarde a la iglesia de San Nicolás pues allí se encontraría. Unas horas después, con las ganancias de la venta en el bolsillo y un serón casi repleto de guindas, acudió a cumplir lo prometido. La iglesia estaba vacía y se arrodilló para rezar esperando ver al que le había ayudado. Lo encontró, pero no de pie, sino pintado en lo alto del altar con la misma sonrisa jovial que tenía  unas horas antes.

Dejó las guindas a sus pies y corrió a proclamar el milagro. Desde entonces esa imágen de San Antonio es conocida con el sobrenombre de “El Guindero” y aún se puede venerar en la iglesia de Santa Cruz.

“ Historia de Madrid de Federico Bravo Morata“

Imagen del siglo XVI de San Antonio denominado "el Guindero" venerada en la Iglesia de Santa Cruz

jueves, 7 de diciembre de 2017

ASESINATO EN MADRID 1913

El 25 de abril de 1913, una joven entró en el Círculo de Bellas Artes, situado entonces en el edificio de la Equitativa, en la calle Alcalá de Madrid, cerca de la calle Sevilla. No estaba permitida la entrada de mujeres, pero la mujer no se detuvo y avanzó resuelta hasta la caja. Llevaba una ficha del Casino, de 5.000 pesetas (30 euros), una auténtica fortuna para la época. Con ellos se podrían comprar cien mil ejemplares de ABC, que valía entonces 5 céntimos. El cajero le informó de que no podía estar ahí y que solo los socios podían cambiar fichas. El botones, Antoñito, acompañó a María Luisa, que así se llamaba la joven, hasta la puerta, donde la vio hablar con un hombre de poco más de cuarenta años, alto, con bigote y con aspecto de «chulo»

Rodrigo García Jalón tenía cincuenta años, era viudo y una considerable fortuna le permitía vivir despreocupadamente y dedicarse al juego y las mujeres, sus dos grandes pasiones. Vivía en la calle Divino Pastor con uno de sus dos hijos y un ama de llaves. El 24 de abril acudió también al Círculo de Bellas Artes, pero para comprar una ficha de 5.000 pesetas. No quería llevar tanto dinero encima.

Jalón había conocido a una joven de la que se prendó, tanto que ofreció su casa para acogerla a ella y a sus hermanos. Ese 24 de abril se encontraron Jalón y María Luisa en la casa de esta. Pretendía el primero afianzar la relación. Se sentó en una mesa enfrente de su amada. De repente un fuerte golpe en la cabeza le dejó seco. Nunca sabría qué le llevó a la muerte.

Manuel Sánchez López era un capitán en la reserva, que tenía vivienda en la Escuela de la Guerra, padre de María Luisa y otros tres chavales. Amante y proxeneta de su hija, el juego le había arruinado y siempre estaba falto de dinero. Cuando asesinó a Rodrigo García Jalón de un fuerte martillazo, buscaba dinero y, tal vez, deshacerse de quien quería alejarle de su hija, amante y principal fuente de ingresos de la familia. Cuando le registró no encontró apenas objetos de valor: 100 pesetas, un reloj y la ficha del casino de Bellas Artes.

Los periódicos de la época convirtieron el caso en un verdadero serial. En pocos días el cerco en torno al padre y la hija se fue cerrando. La policía registró el alcantarillado cercano a la vivienda de la Escuela de la Guerra y encontraron restos óseos. En un hueco hallaron más. Jalón había sido descuartizado. Las vísceras fueron arrojadas por el retrete, la cabeza y algunas partes fueron hervidas y los huesos arrojados a un hueco en la vivienda.

Con todo lo sórdido del crimen, hubo quien pidió el indulto del capitán, aludiendo a sus servicios pasados en la guerra de Cuba y a sus hijos, que quedarían solos en el mundo. Pero el juicio fue rápido y las pruebas apabullantes llevaron a una condena a muerte para el capitán, que defendió hasta el final su inocencia, y de veinte años para su hija. Sánchez pidió poder mandar personalmente el pelotón de fusilamiento que le ajustició, pero su petición no fue atendida. La mañana del 3 de noviembre de 1913, dos tiros en la cabeza y tres en el corazón acabaron con su vida. Su hija, recluida en un psiquiátrico, falleció doce años después.

Fuente ABC

La fotografía fue tomada por Ramón Alba, fotógrafo de ABC 
La víctima
La cómplice
El asesino