domingo, 13 de noviembre de 2016

MADRID CAPITAL DE ESPAÑA -I

El día 3 de junio de 1561 entraba solemnemente en Madrid el Sello, máxima expresión de la autoridad del monarca. Era éste Felipe II, quien, por su omnímoda voluntad y real gana, verificó el traslado - engorroso, agobiante y despilfarrador traslado - de la corte, desde Toledo a Madrid. Probablemente Felipe II fijara su residencia en Madrid, y con ella la de la corte en pleno, para estar más cerca del monasterio de El Escorial, en cuya construcción había puesto grandes esperanzas. Como hombre prudente que era Felipe II se reservó el derecho al cambio, y además rizando el rizo de la sensatez, no se lo contó a nadie. "Después de mí, el diluvio ", debió decirse Felipe II.

Pero el diluvio le cayó a la villa de Madrid en forma de tromba administrativa, con pedrisco y son de rayos y truenos incluido. A Madrid se le otorgó un apellido de fuste - y Corte -que acabó proporcionándole mil quebraderos de cabeza. Primeramente fue ese aluvión de funcionarios y toda clase de gentes relacionadas con los asuntos de gobierno y, en segundo lugar, que a partir de tan fatídica fecha esta villa ya no sería acusada únicamente de sus propios pecados, puesto que llevaba los ajenos.

Los problemas empezaron con la denominada " regalía de aposento ". Había que darles alojamiento a todos y cada uno de los funcionarios de la corte, por lo que se dispuso que la mitad de de cada casa de Madrid que se ajustase a las condiciones mínimas exigidas serviría para tal menester. Cuesta incluso imaginar la situación y ponerse en la piel de aquellos habitantes de Madrid que por el hecho de poseer una casa digna, suficiente y espaciosa tuvieran la obligación de compartirla con cualquiera.

Una frenética actividad se produjo entonces a fin de conseguir que las casas, tanto viejas como nuevas, fueran pero no lo parecieran. Nada de alturas, nada de signos externos de grandeza, nada de nada. Estas casas que cerraban agriamente sus  puertas ante las mismas narices del forastero enojoso fueron definidas oficialmente como " de incómoda repartición", eufemismo cursi que la voz sonora del pueblo se encargaría de borrar con la expresión castiza y contundente de " casas a la malicia ".





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