lunes, 27 de febrero de 2017

UNA MUJER DE TRONIO

Año 1795.
Estamos en un Madrid que orquestaban a trío, con no pocas disonancia: el rey Carlos IV, María Luisa y Manuel Godoy.
El palacio de Villafranca estuvo ocupado, entonces y pro­visionalmente, por los duques de Alba: don José -bas­tante tacaño- y Cayetana con su gracejo y encanto natu­rales.


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(Tras pasar mediante herencias por distintos miembros de la familia, a la muerte de don Antonio Álvarez de Toledo en el año 1773 será cuando el Palacio alcanzará un gran esplendor tras el matrimonio de su hijo y sucesor don José Álvarez de Toledo con doña María Teresa Cayetana, la famosa Duquesa de Alba retratada por Goya, procediendo a realizar diversas reformas, antes de abandonar esta residencia para trasladarse al nuevo Palacio de Buenavista, en la Plaza de Cibeles.)

Fue una noche muy calurosa de julio.
En un cercano reloj acababan de sonar las dos horas.
Un ciego, en la calle, cantó así:

«Sea verdad o mentira
lo que los ciegos cantamos
no falta quien nos dé oídos
y afloje también los cuartos.»

Salieron al balcón los duques. Él sacó de su bolsillo del faldón derecho de su casaca una bolsa y hurgó en ella con dedos meticulosos.
-¿Por qué tardas tanto? -preguntó Cayetana.
-Busco un real de vellón.
La duquesa, con un golpe de abanico, lanzó la bolsa al aire derramando oro, plata y cobre sobre los guijos de la calzada. El ciego desapareció como alma que lleva el dia­blo. El duque envió al mayordomo a la calle para que se; cerciorase de si había quedado alguna moneda en tierra: ¡Por supuesto que no encontró ni una sola!

Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid


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