El ambicioso proyecto de la Gran Vía, que arrancó en el cambio de siglo y se hizo efectivo en 1910, contó en un principio con el rechazo generalizado de los madrileños. Y es que una obra de tales características implicaba un elevado coste, que no se limitaba a lo económico. La construcción de la avenida exigió el derribo de más 300 casas y la expropiación de unos 33 terrenos. Además, desaparecieron 14 calles y se recortó el trazado de otras 34, como el caso de la calle de San Miguel o la de Jacometrezo.
Fue necesario que, en paralelo, se levantaran más de 26.000 metros cuadrados de empedrado, más de 9.000 metros de aceras y se prescindieran de casi 300 farolas, así como la supresión de alrededor de 14.000 metros de cañerías. El coste total de la popular vía madrileña rondó los 29 millones de pesetas.
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