martes, 29 de mayo de 2018

CONDESA DE ADANERO

La viuda de Adanero, doña Josefa Fernández Durán y Caballero,vivía en el corazón del antiguo Madrid, en la muy entrañable y castiza calle de la Magdalena, en el viejo caserón barroco de Ribera, conocido como palacio del marqués de Perales, padre de doña Josefa. Sin duda, la estrechez del lugar y el paulatino abandono del casco viejo que, desde mediados del siglo XIX, se viene produciendo por parte de la aristocracia y gentes de fortuna hacia las zonas periféricas más amplias y saludables del Norte y Este de la ciudad, le decidieron a buscar en el Ensanche un solar de los muchos en venta para levantar casa propia con suficiente espacio y desahogo para sí y el servicio a su cargo, cocheras, etc. A este fin adquirió, en octubre de 1910, un solar de mil trescientos veintiséis metros cuadrados que formaba parte de la manzana G de los antiguos terrenos de la Fábrica de Tapices y que tenía fachadas a la calle de Santa Engracia, todavía sin numerar, y a dos calles particulares, entonces sin nombre y hoy Manuel González Longoria y José Marañón. Por este solar la condesa de Adanero pagó doscientas setenta y tres mil doscientas sesenta y nueve pesetas y cuarenta y cuatro céntimos, a razón de dieciséis pesetas el pie de terreno. Sinembargo, ya la vista de los primeros tanteos del proyecto, muy pronto se echaron en falta unos metros más de su superficie para lo cual, en diciembre del mismo año de 1910, se adquirieron poco más de trescientos cuarenta metros cuadrados, con lo que al final resultó un cuadrilátero con una superficie de mil seiscientos sesenta y siete metros cuadrados con veinticuatro decímetros cuadrados.
Para el proyecto del nuevo edificio,  la condesa de Adanero o sus mentores buscaron en   Joaquín Saldaña (1870-1939), al arquitecto que en aquellos momentos mejor sabía interpretar el gusto refinado y burgués de la aristocracia madrileña, cuyos hoteles y
palacetes debían estar convenientemente sazonados de un cierto «touche» francés, convirtiéndose estos rincones de la arquitectura madrileña en un eco de la Belle Époque en Vísperas de la Primera Guerra Mundial.

Poco tiempo iba a permanecer el palacio como propiedad de la Condesa de Adanero, pues ésta, que ya se había retirado a vivir a un piso en la calle Marqués de Riscal, alquiló primero el palacio a un particular y luego ofreció, en 1941, el edificio al Ministerio de Gobernación tras conocer el concurso de ofertas para adquisición de un inmueble que sirviera de sede al recién creado Instituto de Estudios de Administración Local (1940).
Los trámites fueron muy rápidos y la condesa de Adanero firmaba la escritura de compra-venta en agosto de 1941, recibiendo por el palacio un total de tres millones y medio de pesetas.

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