domingo, 7 de enero de 2018

ENCIERRO MORTAL

La plaza de Santo Domingo, que junto con la cuesta, recibió el nombre del convento que aquí existió (entre los siglos XIII al siglo XVII), y cuyas numerosas obras de arte fueron destruidas por revoluciones y por la ” francesada “

Una impresionante tradición cuya primera noticia escrita nos llega de una monja, sor Corazón de Jesús, en un libro publicado en Santiago de Compostela.

Primeros años del convento. 1478. Las monjas reunidas en el templo estaban rezando maitínes. Sus voces sonaban rítmicas en las bóvedas del templo. Todo ocurría con la monotonía de otras veces hasta se escuchaba algún suspiro apagado. De improviso, el sobresalto de las monjas al escuchar unos golpes seguidos de ayes y de confusas voces llamando : ” ¡ madre abadesa ! “, ¡ madre ecónoma! ¡ sor Maria Luisa !”. Las hermanas sobrecogídas de espanto se refugian en una sala muy alejada y acuerdan acrecentar sus penitencias porque lo sucedido les parece un aviso celestial para que enmienden sus conductas y encaucen las voluntades en el servicio de la auténtica vocación.

A todo esto, aclaremos la causa de tan extraño suceso. Junto al convento existía el palacio de un noble  por cuyas venas corría sangre real. Su esposa, sufría unos ataques durante los cuales permanecía como muerta ( ¿ tal vez catalepsia ? ). El marido, mientras duraba el accidente de su cónyuge, permanecía a su lado, y después le aplicaba los remedios dictaminados por un famoso físico.

El esposo tuvo que salir de Madrid y recomendó machaconamente a los criados que si se producía el ataque durante su ausencia esperaran pacientemente hasta que se le pasara. Ocurrió el caso, pero el fenómeno duró mucho más tiempo que las veces anteriores. El mayordomo creyó que esta vez si le había llegado la muerte a la señora y dio orden a la servidumbre para que se enterrara el cuerpo en una de las capillas del monasterio, cuya llave tenían por ser propiedad del matrimonio que la había adquirido para ser panteón familiar.

La infortunada doña María no estaba muerta, y al volver en sí,  llamó y golpeó la puerta de su sepulcro por si alguien la pudiese escuchar y librarla de su encierro. Las monjas que no conocían lo sucedido, se habían alejado del templo dominadas por ocultos remordimientos, según ya se ha indicado, y no podían oirla. Al regresar el marido, tres meses más tarde, se descubió la verdad cuando halló entreabierto el ataúd con una mano fuera del mismo. No cabía duda; doña María había sido enterrada en vida. La comuidad aumentó sus rezos. El mayordomo y los criados fueron encarcelados. A la gente le creció el temor por esta horrible forma de hacer el viaje definitivo.

Fuente : (Leyendas y anécdotas del viejo Madrid de Francisco Azorin)

Estatua Orante del Sepulcro del Rey Pedro I de Castilla

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