A comienzos de noviembre de 1937 las autoridades de un Madrid en guerra no cesaban de homenajear a la URSS y a sus prolongación armaada: las Brigadas internacionales. Se estaba conmemorando el vigésimo aniversario de la revolución rusa con una pasión desmedida y en donde se ponía de manifiesto la dependencia absoluta de esa potencia totalitaria para que la república “democrática” siguiera existiendo.
Madrid se llenó de fastos, se rusificó. El panorama que presentaba la ciudad era del de una urbe volcada hacia una nación, pero no la suya sino otra. No es que la sede del Partido Comunista apareciera decorada con toda la parafernalia al uso del marxismo-leninismo, es que todo Madrid rendía devoción a la patria soviética. En la glorieta de Bilbao una espectacular imagen de Lenin con la estética del culto a la personalidad) de cuerpo entero y de 20 metros de altura ocupaba el centro de la plaza, en uno de los afiches que enmarcaba al revolucionario se podía leer “los ciudadanos de la Unión Soviética viven felices”. La sede del ABC, periódico expoliado y ahora en manos de la Unión Republicana, engalanaba su portada de la calle de Serrano con hoces y martillos. En la calle de Alcalá confluyendo con O´Donnell la estatua del general Espartero-bandera tricolor adosada al bronce- se veía acompañada de un monumento efímero coronado con la bandera roja y en una de sus caras la fotografía de Stalin. Las estaciones del metro madrileño aparecían con decoración similar, altares laicos en donde la Santísima Trinidad era sustituida por Manuel Azaña, Lenin y Stalin. En la calle de Medinaceli una exposición rememoraba los supuestos logros de los soviets y el tramo de la Gran Vía que llevaba el nombre de Conde de Peñalver era sustituido por el de Avenida de la Unión Soviética, un tramo que ocupaba el espacio que iba desde el nacimiento de la calle hasta Callao con dedicación incluida (“A nuestros amigos de la Unión Soviética”). Puestos de libros, talleres de automóviles y hasta la Puerta de Alcalá- con sus arcos cegados por personalidades soviéticas- creaban el decorado de aquel Madrid de guerra. En los cines se proyectaba Things to come de Vincent Korda, aquí titulada La vida futura en base a una novela H.G. Wells y para los amantes del teatro, en el de La Zarzuela, María Teresa León dirigía a la compañía que interpretaba La tragedia optimista. Esta felicidad pro-soviética, de adoración, de veneración hacia aquel país donde los ciudadanos vivían felices, se estaba produciendo en el tiempo de descanso entre el segundo y el tercer juicio de Moscú, en los tiempos de purga y terror, conocidos indudablemente por los dirigentes republicanos españoles, por los devotos del Partido Comunista y también por quienes sin serlo estaban cada vez más dominados por ellos y a ellos debían todo.
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