domingo, 1 de enero de 2017

EL CRIMEN DEL EXPRESO DE ANDALUCIA

EL SUCESO:

A las ocho y cuarto del 11 de abril de 1924 sale de la estación de  Atocha  el  tren  rumbo  a Sevilla. Los ambulantes del servicio son Santos Lozano y Angel Ors Pérez. Al detenerse en la   estación   de   Marmolejo,   el   empleado    encargado  de   recoger   las    sacas    de    la  correspondencia avisa al jefe de que el vagón correo está cerrado y nadie  responde  a  las llamadas. No le dan importancia, pero por si acaso lo avisan por telégrafo a las estaciones siguientes.



En Córdoba, y a las seis de la mañana, el jefe de estación ordena forzar la puerta del  vagón correo, y son encontrados los cadáveres de los dos funcionarios, sobre un charco de sangre que empapa montones de cartas esparcidas por el suelo del coche.  Es  desenganchado  el coche   correo,  que  queda  en   Córdoba   con  su  triste   carga,  y   se   comunica  a  Madrid rápidamente la noticia. Los otros vagones continúan viaje a Sevilla


LA INVESTIGACIÓN:

La censura de prensa de la Dictadura  del  General  Primo  de  Rivera  impide  que  la   noticia salga a la calle hasta tres días después, a fin de que la policia pueda moverse en silencio y a su   antojo.  Alguien   achaca  el crimen a  móviles  políticos,  que  intentan   desprestigiar    el régimen del General, pero desde el primer momento la Policia opina de manera  contraria   y comienza   a  seguir  pistas.  Se  sospecha  que  el  doble  asesinato ha  sido    cometido   por delincuentes profesionales. Se organizan gigantestas redadas tomas  de declaraciones casi en serie y se inspecciona la vida en hoteles, pensiones, posadas y bares de  los  pueblos  del recorrido del expreso. Alcázar,  Aranjuez,  Marmolejo, Villa del Río, Montoro son cribados por los agentes.

Un joven mendigo que suele merodear por los alrededores de los andenes de Aranjuez asegura a la Policia haber visto a tres indivíduos desconocidos para él, a quienes pidió limosna y de dijeron:

Si te vemos por aquí el domingo ya te daremos un real para que te compres un automóvil.

Una frutera de la misma localidad declara que en la tarde del viernes 11, tres indivíduos – cuyas señas coincidían con las facilitadas por el mendigo – se acercaron y le compraron tres plátanos. Un electricista de servicio en la estación de Aranjuez afirma que cuando se detuvo el expreso, tres hombres se aproximaron al vagón correo, abrieron y subió uno. Un instante después ya con el tren en marcha, subieron los otros dos. Es el comienzo de la pista. La Policia pisa seguro.

De ello la Policia deduce que al menos el primero que subió era conocido de los funcionarios muertos. Establecido con ayuda forense, que el crímen debió cometerse entre las estaciones de Aranjuez y Alcazar de San Juan, poco después es detenido el chófer de un taxi que en la citada noche había merodeado por los alrededores de la estación de Alcázar.



El conductor del taxi, Miguel  Pedrero, declara que un hombre joven había alquilado sus servicios en Madrid, en la glorieta de Atocha, diciéndole que tenía que ir a Alcázar a recoger a unos amigos. Efectivamente, allí subieron tres personas más, y el coche e dirigió a Herencia para tomar gasolina, regresando a Madrid. El taxi se detuvo en el Portillo de Embajadores. Allí, el que lo había alquilado preguntó cuanto era la cuenta, y al responder el taxista que 210 pesetas, le dieron tres billetes de 100 pesetas y le dijeron que se quedara con la vuelta. Los cuatro hombres se despidieron del taxista y se perdieron por una calle próxima a San Cayetano.


Las averiguaciones siguientes de la Policia lleva a un piso de la calle de Toledo, por allí cerca, en el que vive un croupier de las casas de juego con tan malos antecedentes que ha sido detenido diecisiete veces. Cuando los agentes llegan a la casa, el croupier Antonio Teruel López, no está, la esposa no sabe nada. La Policia detiene a la esposa y cierra el piso. Se establece vigilancia y por la noche se descubre que hay luz en las habitaciones. La portera dice haber escuchado algo parecido a un disparo.




La Policia entra en el piso y descubre el cadáver de Antonio Teruel que se ha suicidado disparándose un tiro en la sien. En la habitación se encuentran dinero y valores de lo desaparecido en el coche correo. Ante todo ello, la esposa se decide a confesar y da a la Policia los nombres de los amigos de su marido. Uno de los nombres facilitados por la viuda de Teruel es el de Honorio Sánchez Molina.


Cuando los agentes llegan a la casa de huéspedes que éste posee en la calle de las Infantas, Honorio no está, y allí aseguran que tampoco está en Madrid, sino en cierta finca de Ciudad Real. La conversación con los familiares de Honorio da a la Policia el nombre de un José Sánchez Navarrete, funcionario de Correos. Navarrete vive con sus padres y hermanos en un piso de la calle de Orellana. Detenido, primero niega y luego confiesa haber tomado parte en el asalto, pero sin matar a nadie.


Mientras tanto, la Guardia Civil detiene en la finca de Ciudad Real a Honorio Sánchez Molina. Sus antecedentes son los de monedero falso. Poco después es detenido el tercero, Francisco de Dios Piqueras. Esta última detención la realiza también la Guardia Civil en el tren correo descendiente de Badajoz, a la altura de la estación de Almorchón. Ya están apresados los tres presuntos culpables vivos y suicidado el cuarto culpable. Ahora se trata de cerrar el cañamazo y demostrar la culpa de los tres.



EL DESENLACE :

Las actuaciones judiciales y las declaraciones de los inculpados y de los testigos ocupan ya un expediente de más de 300 folios. Un reciente decreto determina que el robo a mano armada se considera delito sometido al fuero militar. No cabe esperar, por lo tanto, un proceso largo en con dilaciones y paréntesis, sino un sumarísimo de urgencia a resolver en días, casi en horas. En los casos en que de resultas del robo a mano armada queden víctimas el delito puede ser castigado con la máxima pena. Sobre los reos pesa, pues, la pena de muerte.

Toda España espera que de un momento a otro va a dictarse sentencia cuando se produce lo imprevisto: desde París llegan noticias sorprendentes, directamente relacionadas con este lamentable suceso. Un hombre joven, bien vestido, se ha presentado en la Embajada de España para declararse autor o partícipe de los hechos. Dice llamarse José Donday Hernández y confiesa haberse encargado de contratar el taxi, pero a la vez asegura que a el no le habían dicho en ningún momento que para robar el coche correo hiciera falta asesinar a los dos empleados, sino que seguramente bastaría con narcotizarles, y que sólo por eso se atrevió a formar parte de la pandilla.


Las autorizades militares militares deciden no iniciar expediente de extradición, que hubiera exigido la pérdida de demasiadas fechas. Donday se aviene de buena gana a acompañar a un policia español hasta la frontera, traspasada la cual se considera oficialmente detenido.

Podía extrañar mucho que un hombre ya en tierra francesa, se entregue a la Policia, pero estaba justificado. La culpa de haber contratado el taxi era de escasa importancia en comparación con la del asesinato de los dos ambulantes. Cuando Donday, desde Francia, leyó que uno de los detenidos había declarado ser él quien había contratado el coche, sin tomar parte del asesinato de los ambulantes. Donday pensó que a la larga podían echarle a él la culpa del crimen, y decidió poner las cosas en claro. Los careos, las declaraciones de unos y otros permitieron a la Policia Militar reconstruir los hechos.

Al parecer, la primera intención no era asesinar a los funcionarios de correos, sino, efectivamente, dormirles con un narcótico. Los tres compinches una vez a bordo del coche correo, iniciaron una amistosa charla con los ambulantes. Poco después sacaron una botella de vino de jerez, en la que habían desleído previamente fuertes dosis de un narcótico, y les invitaron, fingiendo beber ellos también. Como pasaban los minutos y el narcótico no hacía su efecto, se decidieron a actuar fulminantemente.

El  acusado apellidado Teruel tomó una grandes tenazas que había en un cesto próximo y propinó con ellas un golpe fortísimo a uno de los empleados, que cayó de bruces. Acudió el otro ambulante y forcejeó con el criminar, pero los otros dos le sujetaron los brazos mientras Teruel descargaba decisivos sobre la cabeza de la víctima. Ya en el suelo los dos hombres, los asesinos hicieron varios disparos sobre ellos, quedando el ruido disimulado por el fragor del tren en marcha. A toda prisa tomaron los valores declarados y todo lo de valor que iba en el vagón, unas 170.000 pesetas en total, bajando sin ser vistos en la estación de Alcázar, donde les esperaba el coche previamente contratado por Donday.

No se anduvo por las ramas el tribunal militar que juzgó el tenebroso asunto de los ambulantes en el Expreso de Andalucia. Las sentencias de muerte fueron rápidamente ejecutadas. El Gobierno de Primo de Rivera se apuntó con ello un buen tanto a su favor, pues los crímenes, por la forma en que habían sido cometidos, por la publicidad dada por la prensa a todos y cada uno de los detalles, habían unificado a la opinión del país, tan dividida en otros aspectos. Dos hombres que iban trabajando en tren habían sido alevosamente asesinados; las sentencias de muerte de los culpables venían a ser la garantía de que las personas honradas que querían trabajar contaban con la protección de los poderes públicos. Aquello después de tantos años de incertidumbres y desasosiegos, de indecisiones, por todos los sectores políticos y sociales del país.

 















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