miércoles, 10 de julio de 2019

UN INCENDIO PAVOROSO

Era la Nochebuena del año 1737. " Noche de paz ", pero no en Madrid, aquella fecha concreta. Estaba el Alcázar casi desierto, tan solo unos pocos cortesanos y otros tantos servidores, de la casa real.
Grabado donde se puede apreciar la fachada principal del Alcázar de Madrid en 1704, treinta años antes del incendio que lo destruyó. 


Un pintor de cámara del rey, francés, llamado Jules Ranc,quiso celebrar la Navidad en compañía amigable e invitó a cenar a sus habitaciones a varios moradores del real Alcázar. A medianoche, tal vez un candelabro movido por cualquier impulso prendió su vela en uno de los cortinajes. Fue una dentellada voraz, de la que nadie se apercibió al principio. Muy pronto, sin embargo, todo era una llamarada. Las viejas maderas, los tapices, los cortinajes y telas colgantes sobre tarimas y estrados, los doseles de las alcobas y tantos objetos más constituirían el mejor sistema de propagación del fuego. Es de suponer que los causantes involuntarios de la tragedia, lo mismo que los demás ocupantes del Alcázar, salieran precipitadamente de las estancias dañadas o a pique de dañarse y corrieran hacia la salida. Abandonaron los madrileños sus casas, algunos su cena prolongada por el jolgorio y la bebida y emprendieron veloz carrera hacia el Alcázar. Nada podía hacerse, sino convertirse cada cual en espectador privilegiado de un acontecimiento histórico. El Alcázar se quemaba inexorablemente y con su pérdida había que lamentar la de los restos de tantos siglos de historia.
El rey Felipe V no lo lamentó demasiado. A él, criado en Versalles, le agobiaba ese vetusto caserón con sus laberintos sombríos, sus aposentos en penumbra, sus corredores tenebrosos y los golpetazos en ple a noche de puertas y ventanas sin encajar. Los recuerdos que se perdían no eran suyos, sino de sus antecesores desconocidos. Le quedaba el Palacio del Buen Retiro, bastante más alegre y acogedor, por lo que le resultaba posible tomarse el tiempo necesario para construir un nuevo palacio conforme a sus gustos y exigencias. Afortunadamente respetó ( y probablemente acertó ) los sentimientos del pueblo de Madrid al señalar su emplazamiento sobre las cenizas del anterior.

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