Quien no crea que las glorias terrenales son efímeras debe observar con atención el ejemplo del conde-duque de Olivares.
Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo(c. 1634), cuadro de Diego Velázquez expuesto en el Museo del Prado. |
Lo tenía todo y lo perdió igualmente, tal vez por esa obsesión suya que señala Marañón :" pasión de mandar ". Hubo un momento en el que la figura de Olivares eclipsó políticamente a la de su rey y protector, Felipe IV. Y esto un rey, por muy aficionado que sea a los placeres, a las diversiones, por mucho que aparente dejar las riendas en manos del cochero para así dominar mejor durante el viaje, termina no permitiéndolo y, lo que es peor para quien agarro el tiro y lo creyó suyo, no perdonándolo Felipe IV, el rey absoluto, se rebeló contra la tiranía y el despotismo de su valido el conde-duque de Olivares y lo desterró a Loeches. Pero al pueblo de Madrid le parece demasiado cercano bel lugar del destierro, demasiado benigna la sanción. Hubo conatos de protesta airada, pero triunfó la sensatez. No eran los más propicios aquellos tiempos para desafiar la autoridad real. Se impuso la pluma a la espada, la jovialidad a la indignación. Y ésta es la muestra :
" Para tan grande traidorpoco destierro es Loeches
te suplicamos señor
que lo eches .. de Loeches "
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