Eloy siente el frío de aquella noche del 1 de diciembre de 1868, cuando su madre, Luisa García, después de estrecharle contra su pecho, se alejó llorando Mesón de Paredes abajo después de tirar del llamador de la puerta de la inclusa madrileña. Luisa ha dejado una nota rogando a las monjas que, cuando lo cristianen, le pongan de nombre Eloy Gonzalo García.
Poco tiempo estuvo el pequeño en aquel albergue. Pasados nueve días fue recogido por Braulia Miguel, esposa de Francisco Reyes, un buen hombre de profesión guardia civil. Pasa sus primeros años de vida en la casa-cuartel del puesto de San Bartolomé de Pinares y su adolescencia en Robledo de Chavela y Chapinería, posteriores destinos del cabeza de familia. En diciembre del 89, cumplidos los veintiuno, el mozo es llamado a filas causando alta en el Regimiento de Dragones “Lusitania” número 12. De carácter reservado y muy trabajador, en pocos meses luce en la manga los galones de Cabo. Seguramente influido por el ambiente familiar, decide encauzar su futuro como agente del orden y en 1892 ingresa en el Real Cuerpo de Carabineros, siendo sus primeros destinos las Comandancias de Estepona y Algeciras. Todo parecía transcurrir con normalidad en la vida del joven guardia que, ilusionado, comienza los preparativos para contraer matrimonio. Pero le llegan ciertos rumores que le hacen desconfiar de su novia y, puesto en alerta, descubre que ella le es infiel con un Teniente.
Por enfrentarse a este Oficial es encontrado culpable de un delito de insubordinación y sentenciado a la pena de doce años de reclusión en un presidio militar. En noviembre de 1895, acogiéndose a un Real Decreto que suspende las condenas de aquellos que marchen a la guerra que España sostiene en Cuba, Eloy Gonzalo embarca hacia la isla caribeña. Una vez allí, es encuadrado en el Regimiento de Infantería “María Cristina” número 63, de guarnición en la plaza de Puerto Príncipe.
El 22 de septiembre de 1896, cuando el batallón donde presta servicios Eloy Gonzalo se encuentra en el puesto de Cascorro, una pequeña aldea situada a corta distancia de Puerto Príncipe, el destacamento es cercado por más de 3.000 rebeldes cubanos. Las fuerzas españolas, 170 hombres, están al mando del Capitán don Francisco Neila y Ciria, un experimentado militar que ya cuenta en su hoja de servicios con dos cruces rojas al mérito en combate. Infortunadamente, la distribución del poblado favorece la estrategia de los sitiadores. Unas casas protegen a los insurrectos, los cuales disparan a cubierto desde allí sobre los soldados españoles. El Capitán Neila ordena realizar un contraataque con el propósito de desalojar estas construcciones pero, en una de ellas, los españoles son rechazados. El tiempo se agota y los certeros disparos de la artillería rebelde hacen estragos en el destacamento. Pese a lo comprometido de la situación, el Capitán Neila desoye las propuestas de rendición que le transmiten los sitiadores. El día 26, la defensa se hace insostenible. La única solución es destruir la casa desde la que son batidos por el fuego enemigo. Eloy se presenta voluntario para llevar a cabo una acción temeraria: aprovechará las sombras de la noche para arrastrarse hasta la casa e incendiarla. El Capitán Neila sabe que es una misión suicida y así se lo hace saber al muchacho, pero este insiste convencido de poder realizarla. El Cabo Eloy Gonzalo observa los movimientos del enemigo desde el parapeto. El Capitán Neila está junto a él. Sorprendentemente, todo está en silencio. A una señal convenida, en el extremo opuesto de la posición el Teniente Perier ordena a su sección abrir fuego; pretende así atraer la atención de los mambises lejos del punto por donde saltará el Cabo. El Capitán le ayuda a colocarse el fusil a la espalda y le tensa la correa para que no le moleste mientras se arrastra por el suelo polvoriento. Eloy se ajusta la cuerda que un Sargento le ha anudado a la cintura. Quiere, si le matan, que sus compañeros recuperen su cuerpo. ¡Ahora!, le susurra su Capitán, y Eloy salta del parapeto y desaparece en la oscuridad. Tras una angustiosa espera, los españoles observan como la casa queda envuelta en un espeso humo blanco y, a continuación, la noche se ilumina por las llamas que devoran la construcción. La confusión que se crea en las filas rebeldes permite al Cabo Eloy Gonzalo regresar indemne con los suyos. La alegría de los soldados españoles es inmensa y, animados por la hazaña de su compañero, realizan una audaz salida que sorprende a los sitiadores causándoles gran cantidad de bajas. Estos, al quedar sin lugares donde guarecerse, abandonan el cerco. Tal día como hoy, tras duras jornadas de combate, una columna de refuerzos mandada por el General don Adolfo Jiménez Castellanos llega al poblado y ordena relevar a sus denodados defensores.
Eloy Gonzalo después de su hazaña tomó parte en otras importantes acciones militares. Por su valor le fue concedida la “Cruz del Mérito Militar” con distintivo rojo. Pero el héroe moriría poco después de su hazaña, el 18 de Junio de 1897 falleció en el Hospital Militar de Matanzas a consecuencia de una hemorragia digestiva. Sus restos fueron repatriados y reposan en un mausoleo del cementerio de la Almudena de Madrid junto a los de otros muertos en Cuba y Filipinas.
La acción de Eloy Gonzalo impactó a la sociedad, Eloy era un soldado raso, no un oficial, y a la gente común le era más fácil identificarse con él, la gente de la calle será la que ensalce más la figura del que será conocido como héroe de Cascorro, la guerra de Cuba necesitaba héroes que dieran confianza al pueblo de que la victoria era posible y subir así la moral de la sociedad, en unos tiempos en que los políticos y la sociedad estaban profundamente divididos por el conflicto.
Eloy Gonzalo tomó parte en más acciones militares, siendo condecorado con la Cruz de Plata al Mérito Militar, pensionada con 7,50 pesetas mensuales. Sin embargo, fallecería en el Hospital Militar de Matanzas a consecuencia de una enfermedad. Sus restos fueron repatriados en el vapor San Ignacio llegando a Santander en diciembre de 1898 junto a los restos de los generales Santocildes y Vara del Rey.
En el mismo año 1897 el Ayuntamiento de Madrid decidió homenajear a este héroe. Para ello, le dedicó una calle (la calle de Eloy Gonzalo) y levantó una estatua en el popular Rastro. La estatua fue esculpida por el escultor segoviano Aniceto Marinas e inaugurada en 1902 por el rey Alfonso XIII. Se trata de una estatua tremendamente descriptiva, que muestra a un soldado común, rifle al hombro, llevando una soga y una lata de petróleo. Más tarde, un acuerdo municipal del año 1913 bautizó esta plaza con el nombre de Nicolás Salmerón, nombre que conservó hasta que la popularidad del héroe dio paso a la denominación oficial de Plaza de Cascorro.
Fuentes: Historia de Madrid de F.Bravo Morata
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