viernes, 10 de noviembre de 2017

LA AVENTURA DE UNOS EMBAJADORES

Carrere cantó así a la calle de Embajadores:

«Menestrala animación,
clara luz primaveral
y horrenda de almazarrón
la barraca de Pavón
-melodrama de Rambal-
¡Truculenta evocación!

Chulería
a la manera clásica;
vocinglera
del hortera
y los castizos traperos
sobre el hombro, la soguilla
y dos mugrientos sombreros
de copa, en la coronilla.»

Al rey Juan II de Castilla, hijo de Enrique III ‘el Doliente’ y Catalina de Lancaster, gustaba de pasar grandes temporadas en la Villa de Madrid y, como era habitual antes de la capitalidad madrileña otorgada por Felipe II, donde estaba el Rey estaba la Corte.
Con motivo de la peste que estaba asolando a la Villa y Corte, a los embajadores de las cor­tes extranjeras se les incomunicó en un campo muy exten­so que allí existía, el cual estaba limitado por un portillo para evitar el contagio.

Luego fue, poco a poco, derivando la denominación: campo de Embajadores, portillo de Embajadores, para concluir, simplemente, en calle de Embajadores.

Facha Iglesia de San Cayetano en calle Embajadores
Casa de Pedro Ribera en calle Embajadores

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