LA FUENTE DE LA CIBELES:
La Cibeles (así antepuesto el artículo la, por obra del castizismo) es ya símbolo de Madrid, como lo es la Giralda, de Sevilla; la Torre Eiffel, de París; o el Coliseo, de Roma; pero, además, es algo muy entrañable para todos los que vivimos en la Villa. Más que una diosa, nos parece una garbosa madrileña montada en calesa, que se dirige al Prado a escuchar el último atrevimiento de la duquesa Cayetana.
Parece ser que el rey Carlos III pensaba que esta fuente fuera llevada a los jardines de la Granja de San Ildefonso, pero el pueblo de Madrid, que se había encariñado con ella, deseaba con toda el alma que aquí se quedara. Tres hombres ilustres, José Hermosilla, Ventura Rodríguez y el conde de Aranda, haciéndose intérpretes del sentir popular, consiguieron que la famosa fuente se quedara entre nosotros.
Pero la Cibeles es también símbolo del siguiente relato mitológico:
Había una diosa llamada Atalanta, que era célebre por su ligereza para correr; habilidad en la que nadie la aventajaba. También era lindísima, retratos y esculturas así lo demuestran. Atalanta era feliz; con frecuencia se miraba en el espejo de las aguas y, de verdad que se encontraba, francamente bien. Como perteneciente al género femenino era muy curiosa y quería saber, adivinar su destino. Como en el Olimpo no había prensa, no pudo echar una ojeada a su horóscopo, pero allí estaba el Oráculo, siempre dispuesto a descubrir arcanos. Atalanta consultó con él y... ¡la fastidió!, pues la respuesta fue que si se casaba mudaría de forma. Atalanta se dispuso a esquivar su destino, dedicándose a la caza y jurando no dar su mano sino a quien la aventajara en una carrera pedestre; en cambio el castigo del vencido sería su muerte. Pasó algún tiempo. Todos los que se atrevieron a aceptar su reto, sucumbieron.
Pero llegó un día, para su desdicha, que le fue fatal. Un joven llamado Hippomenes, se enamoró locamente de Atalanta. Las condiciones eran duras y los precedentes desalentadores; sin embargo, se decidió a probar fortuna. La muerte era lo más probable. Y entonces apareció Afrodita, más conocida por Venus, y siempre presente en cuestiones de amor. Acababa de llegar de Canarias, donde por entonces se hallaba el Jardín de las Hespérides. Afrodita habia arrancado allí tres manzanas de oro.
La competición está a punto de comenzar. La diosa, en un aparte, entrega a Hippomenes las manzanas y, con gran sigilo le da unas instrucciones complementarias. Suena la señal. Se inicia la carrera. Atalanta se adelanta en seguida. Entonces Hippomenes lanza a su paso, una manzana de oro. Atalanta no puede resistir la tentación de cogerla. Hippomenes aprovecha la ocasión y avanza. Pero Atalanta pronto le rebasa de nuevo. Hippomenes lanza la segunda manzana. Y, así la tercera. Atalanta es vencida por el tramposo enamorado y... tienen que casarse. En el calor del himeneo se olvidan dar las gracias a Afrodita por haber facilitado el ardid que les permitía ahora ser tan felices. La diosa de la hermosura se enfurece y pronto encuentra la manera de perjudicarles. Les sugiere algo terrible; que penetren en el templo de Cibeles, la diosa de la Tierra para profanarlo. Los esposos que no tienen ni pizca de malicia, lo hacen. Cibeles monta en cólera a Atalanta la convierte en leona y a Hippomenes en leoncito y los une a su carro para siempre.
(Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid)
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