El 13 de diciembre de 1639, desde la iglesia de la Almudena salió una solemne procesión que fue presenciada por las infantas doña María y doña Margarita desde un tabladillo, lujosamente engalanado, construido al efecto. De este hecho proviene el nombre de la calle de las Infantas
(Calle de las Infantas desde la Plaza)
(Paca que representa a las infantas)
Pero, ¿Que hacían las infantas allí?
Hay que retroceder un poco en el tiempo.
Estamos en la antigua plaza de Bilbao, luego Vázquez de Mella, hoy Pedro Cerolo, en ángulo con las calles de Infantas y del Clavel.
(Plaza de Pedro Cerolo)
Un niño portugués vino con sus padres y hermanas y establecieron aquí una pequeña tienda, parecida a una mercería. Enfrente estaba la casucha que les servía de de vivienda En el establecimiento se hallaba la pequeña escultura de un Cristo crucificado, con sus heridas, sus clavos y sus espinas sangrantes. Extrañado por no haberlo visto nunca, pregunto el muchacho:
- Y eso ¿que es?
- Nada; un crucificado le respondió su padre con deje de desprecio y aspecto ceñudo.
Pero el chiquillo pensó, más de una vez, en aquella extraña figura de la tienda y, hasta en sueños, creyó que era el mismo, a quien unos hombres horribles calaban los pies a martillazos. Empezó a ir a la escuela cercana, donde sintió que le miraban con desconfianza. Faltaba a las clases, un día a la semana - ¿era el viernes o era el sábado? - porque sus padres y hermanas se reunían con amigos a " tratar de asuntos" , según le decían; con la merienda le enviaban a pasar la tarde en los descampados cercanos, donde las pedreas entre los muchachos, era cosa frecuente. En cierta ocasión la riña labía sido más fuerte que otras veces, se presentaron los alguaciles. Al verlos el muchacho corrió espantado, con la intención de refugiarse en la tienda de sus padres; lo hizo a través de una ventana entreabierta. Pensó que allí no habría nadie y se encontró con la sorpresa de escuchar voces, penetró en el interior acercándose al cuarto de donde procedían aquéllas. Se quedó sin habla. Sus padres y otras personas escupían y daban latigazos al crucifijo que tanto había despertado su atención.
(Cuadro de Francisco de Ricci que representa el hecho)
Lo despedazaron sobre un brasero, prendiéndole fuego. Con las llamas brotaron gotas de sangre. El terror del muchacho le hizo salir corriendo y refugiarse en la escuela. El naestro le atosigó a preguntas por averiguar el espectáculo que el chiquillo había presenciado y era el motivo de su temblor.
La familia judía y sus amigos fueron condenados a morir en la hoguera y el niño recogido por una familia para su cuidado y educación. El local se transformó en convento para capuchinos, quienes colocaron otra imagen que, para evocar el hecho, fue llamado Cristo de la Paciencia.
(Grabado del convento) -Todocolección
Leyendas y Anédotas de Madrid Francisco Azorín Ed. El Avapiés.
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