Una vez acabada la guerra se iniciaron las gestiones para la construcción del edificio que albergaría el primer gran almacén de la firma en las fincas que para ello se habían comprado entre las calles Rompelanzas, Carmen y Preciados. Desde luego no era el momento más oportuno: la ciudad había quedado en un estado lamentable, el gobierno la sometía a restricciones de energía eléctrica y la población atravesó unos años de penuria al escasear los alimentos de primera necesidad y haber quedado el abastecimiento de la ciudad en manos de estraperlistas que operaban en el mercado negro, provocando una enorme carestía.
Pero su propietario, que apoyó al bando de Franco, pensó que un gobierno autoritario, como el salido de la guerra, aseguraría el orden y garantizaría la marcha de los negocios.
Debieron vencerse muchos obstáculos. En primer lugar fue necesario ultimar el desalojo de los inquilinos, comerciantes y particulares que todavía permanecían en la finca, entre ellos Ramón Areces y su sastrería El Corte Inglés. En estos momentos Fernández no se percató de que con este traslado comenzaba uno de sus grandes problemas, pues Areces no se limitó a llevar su sastrería a otro local, sino que también tenía la idea de instalar un gran almacén y decidió hacerlo justo en la acera de enfrente, también en la calle Preciados, con lo que desde su nacimiento ambos establecimientos se vieron obligados a competir. En segundo lugar el Ayuntamiento condicionó la concesión de la licencia a la expropiación de un trozo del solar para proceder a una nueva alineación de las calles Carmen y Preciados, que supuso una reducción de la superficie y condicionó la estructura del nuevo edificio, que finalmente resultó muy estrecho y de menores dimensiones de las proyectadas inicialmente. (Actual Edificio de La Fnac)
Pero a pesar de los obstáculos, tras dos años de obra, bajo la dirección del arquitecto Luis Gutiérrez Soto, Galerías Preciados abrió sus puertas el 5 de abril de 1943. La inauguración fue anunciada en la prensa en un artículo que se encabezaba con la frase “Hoy se inauguran unas grandes galerías comerciales. En la calle de Preciados y con este nombre. Se trata de un establecimiento suntuoso, con edificio propio, que honra Madrid”.
Se destinaron a venta tres mil metros cuadrados, distribuidos en cinco plantas, en las que destacaba la buena iluminación, tanto natural, gracias a sus ventanales, como artificial. Las secciones se organizaron como las de cualquier gran almacén.
Para atender el nuevo centro se contrataron trescientos cincuenta empleados y se ofreció a dependientes expertos de otras tiendas condiciones ventajosas para que se incorporaran a Galerías, pues se deseaba que el almacén destacara por una esmerada atención al cliente.
El número de empleados, las dimensiones del edificio, la variedad de artículos ofertados en secciones especializas, hicieron de Galerías Preciados, el primer comercio del país que reunía las características de un gran almacén al estilo europeo.
Para decorar sus escaparates se contrató a especialistas extranjeros, pues se pretendía que todo el público que pasara por la calle de Preciados se detuviera ante la elegancia y originalidad de la nueva forma de mostrar las mercancías. Hoy en día cualquier experto en esta materia sabe que la imagen del comercio se define en el escaparate, como despertador de un claro objeto de deseo, pero en la década de los cuarenta la mayoría de los comerciantes todavía no eran conscientes de ello. El contraste con los escaparates de las tiendas madrileñas, pobres y poco imaginativos, hizo que su contemplación se convirtiera en una diversión para los madrileños.
A pesar del nuevo concepto de tienda y de la variedad de productos ofertados, los tres o cuatro primeros años de vida no fueron sencillos. Las dificultades provenían de varias cuestiones: la situación posbélica del país, la dificultad para comprar mercancía debido a la política autárquica, la escasa presencia de una clase media en Madrid que ejerciera una demanda suficiente para compensar la inversión realizada y en último lugar, aunque no menos importante, el hecho de que desde su nacimiento Galerías Preciados tuvo que competir con El Corte Inglés, la tienda abierta por Ramón Areces también en la calle Preciados.
Pero a mediados de la década consiguió consolidar su posición entre las tiendas de Madrid. En 1944 se inauguró un departamento postal, que enviaba catálogos, muestras y pedidos al resto de las provincias. Era un departamento dedicado exclusivamente a los clientes de provincias. Desde su fundación se mostró muy rentable, en una España en la que, a excepción de Madrid, en el resto de las provincias el comercio seguía siendo tradicional. Desde él se potenció la venta por correo, previó envío a provincias de catálogos, que se editaban periódicamente, con las novedades más destacadas de la tienda para dar a conocer sus existencias.
A partir de 1947 comenzó la apertura de sucursales en otras ciudades. Se adoptaron dos modelos: en unas ciudades se abrieron directamente tiendas siguiendo el modelo de las de Madrid, aunque de dimensiones más pequeñas y en otras se instalaron agencias que funcionaban como delegaciones del departamento postal, de las que se encargaban uno o dos trabajadores y que vendían a través del catálogo de Galerías, daban publicidad al almacén y buscaban clientes. El proceso seguido para abrir en provincias fue generalmente instalar en un primer momento una agencia, que a la vez que familiarizaba a la población con la empresa, servía para pulsar la demanda y estudiar la conveniencia y viabilidad de abrir una tienda. Los gastos que implicaban las agencias eran mínimos, pues era suficiente con uno o dos colaboradores a lo sumo y se instalaban en pisos alquilados, desde los que desarrollaban su labor.
Con estas aperturas comenzaba una de las estrategias menos afortunadas de la cadena: la existencia de tiendas de muy distinta naturaleza (pequeñas, medianas, grandes, elegantes, populares) que imposibilitó la creación de una imagen propia.
Las ansias de expansión hicieron que Galerías cometiera otro de los errores que años después le costaría caro: crecer antes de tiempo. La expansión de El Corte Inglés fue menos arriesgada y coincidió con el desarrollo social y económico.
A finales de la década se había convertido en la empresa comercial más importante del país, pero ya empezaban a vislumbrarse algunos de los defectos que se agravaron con el paso de los años. Los dos más graves eran el laboral y el financiero El primero porque se habían realizado excesivas contrataciones, sin tener en cuenta ni las necesidades reales ni la profesionalidad, pues en estos primeros años fue común emplear amigos y recomendados, de los que después fue imposible deshacerse. El segundo porque la rapidez con que se habían abierto sucursales había provocado una importante deuda, al realizarse en su mayor parte con dinero prestado.
El texto de la entrada, proviene en parte de la tesis “Grandes Almacenes populares en España” realizada por Pilar Toboso Sánchez de la Universidad Autónoma de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario