sábado, 22 de octubre de 2016

LA CALLE DE LA ESPADA

De la Plaza de Tirso de Molina
A la calle de la Esgrima

Aquí habia antiguamente un camino estrecho entre el calvario de la Villa y los olivares, que comenzaba poco más arriba de la ermita de San Millán, llegando hasta el arroyo de Atocha. Después en la casa que llamaban del Inquisidor, había un corralón que alquiló un maestro de esgrima, y para llamar la atención de público, y como anuncio de su arte, colgó de una cadena junto a la puerta una enorme espada, que según él, había pertenecido a un par de Francia, y acerca de la cual contaba anécdotas fabulosas.

Allí era donde asistía Félix Lope de Vega Carpio a instruirse en el manejo de las armas con su hermano, que pereció en el desastre de la Armada Invencible.

Finalmente el dueño de la casa despidió del corralón al maestro, porque iba a demoler la finca para alzarla de nuevo, y por adeudarle algunos alquileres, se quedó con la vetusta espada. Pero habiéndose promovido litigio con los frailes de la Merced sobre la medianería de la casa inmediata, quedó el corralón a medio derribar y la espada colgada allí mucho tiempo, dando nombre al corral y por extensión a la calle.

En cuanto a la espada, acabó siendo adquirida por D. Antonio de Silva y Toledo, duque de Alba, quien gustó de poseerla por el mérito arqueológico que pudiera poseer, y la hizo colocar en su armería.

En la calle de la Espada aconteció a finales del siglo XVIII más dramático por sus consecuencias que por el hecho mismo. Fue el robo y tentativa de asesinato cometido en una tienda que regentaba una mujer, quien quedó gravísimamente herida y a punto casi de morir. Se salvó, abandonó Madrid y el Destino hizo que años después se casara con el mismo que en la oscuridad de un atardecer quiso matarla y robarla.

Aquel hombre, que había sido el majo más temido entre la manolería, se había redimido de su pasada vida y, poseedor de alguna fortuna, ganada con honrado esfuerzo en América, había acertado a contraer matrimonio en un pueblo de Cataluña con la que fue su víctima, sin que ni él ni ella se reconocieran en el recuerdo de aquel acontecimiento hasta que una desdichada fatalidad vino a hacerlo, rompiendo su unión, que había sido venturosa.

( Las calles de Madrid - Pedro de Repide )

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