miércoles, 4 de enero de 2017

EL OTRO CURA MERINO



Martín Merino Gómez, el cura Merino, había nacido en Arnedo de la Rioja  en 1789 ; y en el  momento del atentado vivía en Madrid en el Arco de Triunfo , antiguamente en el nº 2 del Callejón del Infierno . Don Martín Merino ejercía como cura y según su declaración  solía decir sus misas en la iglesia de San Justo ( hoy Basílica de San Miguel). 


Pronto destacó más por su activismo político contra el absolutismo de Fernando VII y a favor del liberalismo tan perseguido en aquellos tiempos, que por su trabajo como capellán.

Este peculiar personaje  llegó a pisar la prisión al involucrarse en algún que otra trifulca callejera e incluso por insultar e increpar al mismísimo Rey Fernando VII o participar en las revueltas producidas a raíz del levantamiento protagonizado por la Guardia Real en julio de 1822, con el propósito de restaurar el absolutismo tras el periodo del Trienio Constitucional.

Tras esa ajetreada y activa vida política de Martín Merino que le proporcionó más problemas que satisfacciones, el religioso se exilió  y a lo largo de los siguientes veinte años anduvo ejerciendo como cura por diferentes parroquias francesas.


Nada ha trascendido de esa época, por lo que todo hace suponer que llevó una vida tranquila en la que se dedicó a sus labores pastorales sin meterse en líos.

Distinto fue a partir de 1841, año en el que decide volver a Madrid y ejerce  como capellán en la céntrica iglesia de San Sebastián de la calle Atocha. 


(Iglesia de San Sebastian) 

Un golpe de suerte en la entonces llamada ‘Lotería Moderna’ le hizo ganar un par de años después un premio en metálico de cien mil reales, una astronómica cifra para aquellos tiempos, invirtió  bien lo obtenido con el premio comenzó  un negocio de préstamos  a unos intereses altísimos. Algo que le proporcionó innumerables denuncias, al ser acusado de usurero y un buen número de peleas con aquellos a los que había prestado alguna cantidad y a los que les exigía que le devolviesen muchísimo más de lo estipulado en aquel tiempo en ese tipo de transacciones.


El 2 de febrero de 1852 fue el día elegido para la primera salida de Isabel II tras el alumbramiento de la Princesa de Asturias Isabel, la Chata, el 20 de diciembre del año anterior, cuando iba a celebrarse la presentación de la recién nacida en la Basílica de Atocha. Aquel día, Martín Merino aprovechó un descuido en palacio para atentar contra la soberana. Vestido con hábito de sacerdote, atravesó resueltamente la muralla humana y suplicó a los alabarderos que le dejaran situarse en primera fila para entregar a la reina un memorial. Cuando ésta se acercó a recogerlo, el cura extrajo un estilete del interior de su sotana y asestó con él una fuerte puñalada a la monarca en el costado derecho, de donde brotó la sangre. Isabel II lanzó un grito de dolor: «¡Ay, que me han herido!», .
Todos los presentes corrieron a auxiliarla, así como a coger a la pequeña infanta y retener al cobarde asesino. En un primer momento se pensó que la reina fallecería, pues se desvaneció y permaneció inconsciente durante quince minutos tras recibir el impacto del estilete, pero afortunadamente tan solo fue una herida que no tuvo demasiada gravedad gracias a los adornos de oro que portaba el grueso vestido de terciopelo que llevaba puesto aquel frío día de invierno y al corsé, el cual terminó de amortiguar la que podría haber sido una cuchillada mortal.


( Cárcel del Saladero )


El proceso tuvo lugar en el interior de la cárcel, donde se  colocó un altar con todos los elementos de la misa: crucifijo, misal, cáliz y candeleros. A D. Juan Nepomuceno  le acompañaban numeras autoridades eclesiásticas, y los Gobernadores Civil y Militar de Madrid y otras personalidades. El Obispo presidia la solemne ceremonia  vestido   de rojo, con báculo  , permanecía sentado de espaldas al altar y de cara al pueblo que seguía con interés la ceremonia desde la sala abarrotada  e incluso desde el exterior de la cárcel.


Se organizó rápidamente todo para que el juicio al regicida se celebrase al día siguiente el proceso tuvo lugar en el interior de la cárcel, quedando demostradas todas las prueban incriminatorias e imponiéndole el tribunal la pena capital como condena, que se ejecutaría cuatro días después, el 7 de febrero; día que fue llevado al patíbulo y allí fue ejecutado Martín Merino y Gómez mediante el garrote vil. Previamente se había celebrado una ceremonia en la que se le había degradado de sus derechos sacerdotales.


Las autoridades que investigaron el móvil y motivo del intento de regicidio investigaron cualquier posibilidad de que el cura Merino no hubiese actuado solo y tuviese algún cómplice. Incluso se llegó a señalar como posible instigador o autor intelectual al ambicioso y joven duque de Montpensier, Antonio de Orleans.

Con el fin de que los restos mortales de Merino no se convirtieran en ningún tipo de reliquia para aquellos enemigos de la corona, se decidió incinerarlo y esparcir sus cenizas por la fosa común del madrileño cementerio del norte.











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