La breve calle de San Roque, se desliza desde la calle de la Luna, hasta la del Pez; en ella se alza el convento de San Plácido, que guarda excelentes obras de arte, especialmente el retablo del altar mayor, obra del madrileño Claudio Coello y el Cristo yacente, de Gregorio Hernández. Pero la atención se fija en el propio cenobio, escenario de una popular leyenda, relacionada también con un cuadro famoso: el Cristo de Velázquez.
La fudadora, doña Teresa del Valle y de la Cerda, antes de entrar en religión, mantuvo relaciones amorosas con don Jerónimo de Villanueva, protonotario del reino y amigo de Felipe IV. Al sentir la vocación religiosa, consiguió que su hasta entonces prometido cediera unos inmuebles adyacentes a su palacio para instalar en los mismos el proyectado convento de monjas benedictinas. Y, a partir de entonces la leyenda comienza a hilar su trama.
D. Jerónimo visitaba con frecuencia a las monjas de San Plácido, sus protegidas. A travésde las celosias del locutorio observó, en cierta ocasión, la hermosura de una de ellas, Sor Margarita. Lo comentó después con el rey y, al domingo siguiente, éste pudo también comprobarlo tras la correspondiente visita, se despertó en el monarca, en el mismo instante, el deseo carnal por la belleza monjil.
Conociendo la circunstancia de que palacio y convento de hallaban pared por medio, exigió a Villanueva que abriera un acceso que le permitiera entrar en la celda de doña Margarita. Don Jerónimo viéndose en un aprieto, ya que no podía negarse al capricho real, le comunicó a la priora lo que ocurría. Doña Teresa le contestó, después de escucharle en silencio, que cumpliera la orden y, sonriendo enigmática, añadió : ” Dios proveerá "
La perforación se realizó con la mayor diligencia posible y cuando se hubo terminado se le comunicó al rey. Eran las once de la noche cuando el monarca atravesó el paso y penetró en el convento, dirigiéndose directamente a la celda de sor Margarita. Al abrir la puerta, su sorpresa fue grande: allí estaba la monja sobre un ataúd, amortajada y rodeada de blancos almohadones entre los rezos de sus compañeras. Entonces Felipe IV retrocedió asustado y al atravesar el claustro, arrepentido, hizo la promesa de regalar al convento en desagravio, un cuadro que representara a Cristo en la Cruz, que realizaría su pintor de cámara, Diego Velázquez, y un reloj que tocaría a muerte cada cuarto de hora.
La treta de la priora dio su resultado sólo por el momento, pues el monarca no tardó en informarse de que todo había sido un engaño. Tornó al convento y logró lo que quiso; se descubrió la profanación e intervino el Santo Oficio; como éste no se atrevió a proceder contra el rey, descargó toda su indignación contra Jerónimo de Villanueva, que fue aprehendido. El preso apeló al conde-duque, ya que todo se había hecho con conocimiento y anuencia del de Olivares.
El valido no paró en barras; llamó al inquisidor general y le propuso una opción: recibir una pensión de 1.700 ducados y retirarse a Córdoba para siempre a cambio de su espontánea dimisión o quitarle los beneficios eclesiales, con el consecutivo destierro de España. El emplazado aceptó la primera oferta, advirtiendo que el proceso iba ya camino de Roma, llevado por el escribano Alonso de Paredes. Se detuvo a éste al llegar a Génova. Se recuperó el expediente, que fue quemado en la regia cámara ante la presencia del monarca; se encarceló a Paredes y se liberó a Villanueva, no sin antes imponerle la pena de prisión privada, la obligación de ayunar todos los viernes y la de no volver a pisar el convento de San Plácido, pero sí entregarle un cuantioso donativo.
No se sabe si es historia o leyenda, si doña Margarita existió o no. Lo cierto es el cuadro existente en el Museo del Prado pintado por Diego de Velázquez, procedente del convento.
Fuente: Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid de Francisco Azorín
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