La Plaza Mayor fue, durante el siglo XVII, escenario fastuoso de los hechos que ocurrieron en la Villa y Corte, sobre todo para los que ofrecieran solemnidad y acción dramática. Es aquí donde el cielo azul madrileño se matiza en azulado y queda enganchado en los cuatro cuernos de los chapiteles austriacos de las Reales Casas de la Panadería y de la Carnicería, es aquí donde se adelgazan los ruidos y parece que los silencios sollozan; que de un momento a otro, por la calle de Toledo va a surgir el Greco con su pincel atormentado. Aquí donde se celebraron procesiones, autos de fe, lanceamientos de toros, proclamaciones reales y sublevaciones populares
Se construyó en sólo casi dos años, de 1617 a 1619, bajo la dirección de Juan Gómez de Mora y, tras los incendios, fue reconstruida sabiamente por Juan de Villanueva. Y sigue el nombre de Juan pegado a la historia de la plaza, porque el autor el autor de la estatua ecuestre fue Juan de Bolonia que fue restaurada, después de nuestra última guerra civil, por Juan Cristóbal, y el pedestal que la sostiene fue construido por Juan Sánchez.
1619…1620…1621 Paro en esta fecha el reloj de la historia. Madrugada del día 31 de marzo. Las campanas de Madrid redoblan porque ha muerto Felipe III. No muy lejos de la plaza, en un calabozo de la cárcel un recluso ponuncia un ” ¡ soy perdido !”. Se trata de don Rodrigo Calderón, que había sido el hombre de confianza del valído real, el duque de Lerma, quien al caer en desgracia se refugia en el capelo cardenalício para salvar así su cabeza. Entonces los odios se volcaron contra el marqués de Siete Iglesias, y por ello se hallaba en prisión a la muerte de Felipe III.
Y llega el día 21 de octubre. No son campanas las que se oyen sino campanillas que piden oraciones por el alma del que va a morir. Hay un gentío en la Plaza Mayor, cuando llega el lúgubre cortejo ante el patíbulo. El pueblo ha acudido a saciar su curiosidad macabra. Don Rodrigo sube sereno las gradas, recibe la absolución, besa los pies del sacerdote, abraza al verdugo y se sienta en el banquillo. Cuando se le cubre los ojos con un paño negro, exclama:
– ¡ Qué hermoso brilla el sol !.
Un golpe y cae la cabeza ensangrentada. Entonces, el pueblo madrileño, desaloja rápidamente la Plaza Mayor. Ha bastado un gesto de dignidad para hacerlo reaccionar y colocar remordimientos en los semblantes.
¿ Pero fue degollado o ahorcado? Hay opiniones para las dos opciones. El quid de la discrepancia está en lo siguiente: se degollaba a los nobles y la horca era la muerte para los viles. Don Rodrigo Calderon era marqués de Siete Iglesias y ex ministro; según ello, tuvo que ser degollado; así opinan, entre otros, Saínz de Robles y Camilo José Cela. Pero hay que tener en cuenta que al iniciarse el proceso se le despojó de títulos, honores y riquezas, por lo tanto, antes de ajusticiarlo se le había envilecido, siendo la muerte en la horca la que le correspondía; si fue así, el dicho popular : ” Tiene más orgullo que don Rodrigo en la horca “, está en lo cierto.
Fuentes: Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid de Francisco Azorín
Historia de Madrid de Federico Bravo Morata
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