Ascender por la Cuesta de la Vega ha sido y es una buena forma de llegar al Alcázar “castillo famoso”, de plantarse en lo alto de Madrid. Abajo queda el Manzanares, pobre de agua, rico de ironías literarias, pero millonario de interés prehistorico, sobresaliente importancia, el descubrimiento del yacimiento paleolítico, realizado en 1862, por el ingeniero don Castiano del Prado.
Alfonso VI realizará la hazaña de su conquista definitiva.
Subían sus tropas por esta Cuesta de la Vega, cuando una mañana del año 1083, una imagen chiquita, morena y algo tosca, se desprendió del cubo de la ciudadela ( éste es el significado de la palabra árabe “almudena” y vio cómo el aire del Guadarrama ondeaba las victoriosas enseñas castellanas. Esta advocación mariana deja para la antiquisima Virgen de Atocha la devoción de reyes, de príncipes y de nobles, reservándose, entre otras, la de los madrileños de escepción: el labrador Isidro y el poeta Lope de Vega.
Pedro el Cruel es una figura singular; sus aventuras, sus pecadillos de amor, hay que evocarlos en otros escenarios, especialmente del barrio de Santa Cruz al Alcázar sevillano. En Madrid es distinto y, sin embargo, el monarca y la ciudad se amaron, restauró el Alcázar madrileño mejorando sus condiciones de habitabilidad, residiendo aquí muchas temporadas. Fueron quizás los madrileños quienes empezaron a añadir a su nombre el apodo de “Cruel” y, sin embargo, en la fraticida lucha por el trono, esos mismos madrileños, acaudillados por los Vargas, los Luzones y los Lujanes, se levantaron en armas a su favor; y aún después de la trágica noche del 23 de marzo de 1369, cuando ya todo estaba consumado, sus restos mortales fueron traidos por su nieta, doña Constanza de Castilla, priora del desaparecido monasterio madrileño de Santo Domingo el Real, para que reposaran allí.
En la bruma de la leyenda, en Madrid, la figura del rey Pedro el Cruel aparece como una sombra inseparable de su matador y hermanastro Enrique de Trastámara.
LA LEYENDA
La noticia nos viene sin detalles; carece de fecha determinada, ni siquiera expresa el nombre de la víctima; tan sólo señala el escenario: exactamente, la Cuesta de la Vega. Un noble, que gozaba de la estima real (lo que no era fácil) apareció muerto violentamente en este sitio. De inmediato se transmitió al monarca la triste nueva, quien ordenó que no se tocara el cadaver. Así se hizo. Don Pedro, totalmente embozado, salió del Alcázar y se trasladó al lugar del suceso. La noticia del crimen corrió como la pólvora y pronto llegaron muchísimos curiosos que miraban y miraban, haciendo los consabidos comentarios sensacionalistas, hasta que apareció un indivíduo sin mirar siquiera hacia donde estaba el muerto. Entonces el rey lo mandó detener, diciendo: ” Este es el asesino”. Y, efectivamente, entregado a la Justicia y, después de laboriosas investigaciones, se llegó a demostrar que el autor del crimen había sido el que había señalado el dedo del monarca. ¿Intuición? ¿Sicología? ¡ Qué lástima que no la aplicara para adivinar la trampa que Duguesclin le tendió en la trágica noche de Montiel que le costó la vida !
Fuente: Leyendas y Anécdotas del Viejo Madrid de Francisco. Azorín
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